El 12 de diciembre de 1913, Franz Kafka recordaba en sus Diarios una escena del día anterior:
"Ayer, al volver a casa, el chiquillo enfundado en unas ropas de color
gris, que iba corriendo al lado de un grupo de niños, se golpeaba
los muslos, agarraba con la otra mano a otro niño y gritaba, un
poco distraídamente, cosa que yo no debería olvidar: 'Dnes to bylo
docela hezky' ['Hoy ha sido muy bonito']."